Un novio jacarandá
Tuve un novio jacarandá. Sí, y él tuvo una novia sol. Sus flores siempre supieron llenar de alegría mis ratos. Solo bastaba observar su lila aparecer entre el verde de los árboles vecinos cualquier día de noviembre, para sonreír en serenidad. Derramaba su suavidad sobre lo cotidiano, sobre cientos de perros que jugaban a su alrededor, y hacía que cualquier persona volviera sobre sus pasos con niñez y felicidad. Su tronco tenía tantos surcos como palabras había leído. Todavía recuerdo cuánto amaba dar abrigo y sombra entre sus ramas a un par de pajaritos tan mágicos como él.
Me amaba, lo sé, a su manera. En cada encuentro lo vi girar a mi alrededor. Buscando cada fruto, cada gracia, que pudiera darme paz y regocijo. Me observaba largas horas, admirado en perfume. Nunca alardeó, pero sonreía si alguien le hablaba bien de mí, de toda la luz que le regalaba al mundo, y para sus adentros se decía “lo sé, tengo una novia sol”. Supe de sus intensas lluvias, supe de las canciones que tocaban las gotitas en sus pequeñas telarañas del tiempo, supe de cómo gestó un fusario, y aunque nunca se quejó, supe de la magia negra y ese viento que no lo dejaba en paz.
Lo conocí un marzo en el que lucía mayor de lo que era. Hermoso, como hasta hoy. Nunca temió que nuestra cercanía lo quemara entero, pues confiaba, en mí y en nuestro amor. Le habría dado toda mi casi eternidad si me la hubiera pedido. Pero el fin se acercaba. Poco a poco empecé a morir; debía cumplir con el contrato que había firmado hacía demasiados años ya. Necesité sus ramas, su beso de seda en mi cara, pero sin siquiera imaginar lo que ocurría, decidió marcharse. Aunque amaba sus raíces, su origen, su bella ciudad que lo amaba también, decidió partir.
Emprendí, por mi parte, mi viaje inevitable, y aunque de a ratos pude abrir mis ojos, verlo, escucharlo decir que aún no estaba listo, ya era demasiado tarde. No volvería. Me trepé a un re sostenido, luego a un mi, luego a un fa sostenido, y ya no recuerdo más. Solo caída.
Podríamos decir que pasé mi tiempo sideral. Podríamos decir que fue mucho para un jacarandá. Yo renací, sí, si es que acaso sigue habiendo un yo en mí después de todo esto. Dónde estuve casi nadie sabe. Ni yo lo sé con certeza. Pero al volver supe que seguía amando a aquel novio jacarandá, no como el primer día, ni como el último, sino de la única forma que se puede amar sin morir, como un día promedio, un día de tantos.
¿Que si lo extraño? Sí, como en un día promedio. Como en un día en una ciudad que de a ratos te muestra agridulce un jacarandá y un recuerdo feliz. No como en el día en el que él, en toda su pomposa copa, no soportó saber que mi luz no era suya, que nunca lo había sido, que nunca lo iba a ser. Y es que nunca pudo perdonar esa ofensa que no fue tal. Pues yo era libre y mía, y así era por más que yo me lo haya querido olvidar. Con mis violentas tormentas, con mis solares tormentos. Yo era libre y mía, al igual que él. Tuve un novio jacarandá. Sí, y él tuvo una novia sol. ¿Que si lo amo? Sí, no como el primer día, ni como el último, sino como en un día promedio, en un día en que su unicidad estoica me duele y me maravilla entre sus iguales. Como en un día de noviembre, un día con defectos, sin la urgencia de ser feliz. Pudo ser de mi árbol para siempre, claro, pero ya no más. Por su bien y por el mío. Tuve un novio jacarandá, sí, que tuvo una novia sol, sí, y a mitad de un día promedio comprendí que “tener” fue desde el principio la palabra de nuestro final.
Me amaba, lo sé, a su manera. En cada encuentro lo vi girar a mi alrededor. Buscando cada fruto, cada gracia, que pudiera darme paz y regocijo. Me observaba largas horas, admirado en perfume. Nunca alardeó, pero sonreía si alguien le hablaba bien de mí, de toda la luz que le regalaba al mundo, y para sus adentros se decía “lo sé, tengo una novia sol”. Supe de sus intensas lluvias, supe de las canciones que tocaban las gotitas en sus pequeñas telarañas del tiempo, supe de cómo gestó un fusario, y aunque nunca se quejó, supe de la magia negra y ese viento que no lo dejaba en paz.
Lo conocí un marzo en el que lucía mayor de lo que era. Hermoso, como hasta hoy. Nunca temió que nuestra cercanía lo quemara entero, pues confiaba, en mí y en nuestro amor. Le habría dado toda mi casi eternidad si me la hubiera pedido. Pero el fin se acercaba. Poco a poco empecé a morir; debía cumplir con el contrato que había firmado hacía demasiados años ya. Necesité sus ramas, su beso de seda en mi cara, pero sin siquiera imaginar lo que ocurría, decidió marcharse. Aunque amaba sus raíces, su origen, su bella ciudad que lo amaba también, decidió partir.
Emprendí, por mi parte, mi viaje inevitable, y aunque de a ratos pude abrir mis ojos, verlo, escucharlo decir que aún no estaba listo, ya era demasiado tarde. No volvería. Me trepé a un re sostenido, luego a un mi, luego a un fa sostenido, y ya no recuerdo más. Solo caída.
Podríamos decir que pasé mi tiempo sideral. Podríamos decir que fue mucho para un jacarandá. Yo renací, sí, si es que acaso sigue habiendo un yo en mí después de todo esto. Dónde estuve casi nadie sabe. Ni yo lo sé con certeza. Pero al volver supe que seguía amando a aquel novio jacarandá, no como el primer día, ni como el último, sino de la única forma que se puede amar sin morir, como un día promedio, un día de tantos.
¿Que si lo extraño? Sí, como en un día promedio. Como en un día en una ciudad que de a ratos te muestra agridulce un jacarandá y un recuerdo feliz. No como en el día en el que él, en toda su pomposa copa, no soportó saber que mi luz no era suya, que nunca lo había sido, que nunca lo iba a ser. Y es que nunca pudo perdonar esa ofensa que no fue tal. Pues yo era libre y mía, y así era por más que yo me lo haya querido olvidar. Con mis violentas tormentas, con mis solares tormentos. Yo era libre y mía, al igual que él. Tuve un novio jacarandá. Sí, y él tuvo una novia sol. ¿Que si lo amo? Sí, no como el primer día, ni como el último, sino como en un día promedio, en un día en que su unicidad estoica me duele y me maravilla entre sus iguales. Como en un día de noviembre, un día con defectos, sin la urgencia de ser feliz. Pudo ser de mi árbol para siempre, claro, pero ya no más. Por su bien y por el mío. Tuve un novio jacarandá, sí, que tuvo una novia sol, sí, y a mitad de un día promedio comprendí que “tener” fue desde el principio la palabra de nuestro final.
29-11-2018
Foto: www.cultura.laplata.gov.ar
Foto: www.cultura.laplata.gov.ar
Muy bello amiga
ResponderEliminarBella, vos =)
Eliminar¡Gracias!
Alucinante. Pude ver ese novio en su totalidad. Gracias
ResponderEliminar¡Gracias a vos por tu comentario! Me alegra que te haya gustado. Saludos
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