12 de febrero
Diez
años. Diez años de esa primera mirada. Diez años, ¿qué son? Para
el universo, pff, ¡nada! Para mí, el tiempo de una historia que se
me hace vida pura, presente puro, porque desde siempre, desde aquella
primera mirada, amenaza con terminar. Para mí, el tiempo de una
historia tan fantástica como intensa, tan hermosa como dolorosa, tan
fuerte como un árbol que sigue de pie a pesar de las tormentas y las
pesadillas. Para vos…, bueno, para vos, quién sabe.
Ya
puedo olfatear tu desagrado porque sigo siendo la misma melodramática
de siempre, tu desagrado porque estas palabras caen en algún momento
poco oportuno o porque simplemente no las esperabas… o quién sabe,
quizás, a pesar de todo, te sigan alegrando el corazón. Como sea,
igual, me encanta tu cara cuando logro sacarte de quicio, ja,ja.
Como
describe un libro que leímos, como buena teatrera incurable
recapitulé algunas coincidencias fantásticas para esta historia.
Por supuesto, para que pase casi cualquier cosa en el universo deben
darse un número mayor o menor de coincidencias, pero dado que esa
noche no resulta cualquier cosa para mí, cada coincidencia de esta
historia será pues fantástica. Al menos, lo intentaré…
En
diciembre de 1951 un muchacho decide iniciar un viaje, su primer gran
viaje. Eligió Necochea, una ciudad costera de aguas frías y playas
anchas, como parte de su recorrido. Siguió su ruta, y siguió su
vida hasta convertirse en una
de las
principales
figuras
de la revolución cubana. Su reputación e ideología fueron
conocidas a nivel global, y cientos de personas alrededor del mundo
lo reconocen, se inspiran en él.
Unos
cincuenta y cuatro años después, en algún lugar de Dinamarca, un
grupo de jóvenes planean un viaje por Sudamérica, y se les ocurre
que una manera de recorrerla podría ser siguiendo aquella ruta de
Ernesto “Che” Guevara. A uno de ellos, seguramente el más
pequeño, este viaje le costaría un duro quiebre, pues
pocas
parejas soportan las distancias.
Según lo planeado, pasarían por Necochea, una de las principales
ciudades en las que se asentaron las colectividades danesas casi
desde su fundación en 1881.
En
1945, un hijo de italiano y criolla, tercero de ocho hermanos, se
casa con una mujer 12 años mayor que él, hija de españoles, en
Lobería. Tuvieron un hijo, se mudaron a Necochea y al tiempo
tuvieron dos hijas mellizas más. Pocos años después él enviudese,
y se vuelve a casar, esta vez con una mujer 10 años menor, con quien
tiene un hijo y una hija.
Cincuenta
y un años después de aquel primer matrimonio, una joven estudiante,
decide que por primera vez se tomará sus vacaciones completas,
recorrerá por primera vez parte del sur de su país y descansará
unos días en Necochea, ciudad natal de su madre, que tiene un
hermano que falleció, una hermana melliza y dos medios hermanos.
En
Necochea son poco comunes las noches cálidas; se sabe que pueden ser
unas tres al año en el mejor de los casos. Esta noche es una de
ellas. Ya había sido un espléndido día de playa y Bárbara
había estado disfrutando con sus primos y amigos del sol de febrero.
Su vínculo con su prima mayor, Sofía,
hija
de la media hermana de su madre, se había hecho fuerte por ese
entonces, pues estudiaban juntas en la misma Facultad de Ciencias
Exactas en La Plata. Cuando se fueron de la playa esa tarde, su prima
había visto unos muñecos hechos de coco en un local de la playa.
Fue tanto el deseo que le pidió a su prima que la acompañe por la
noche para ir a comprarlos.
A
eso de las 9 de la noche, y
después de comprar sus relucientes cocos, Sofía
propone ir juntas a la playa a tomar unas cervezas. La noche estaba
ideal, cálida y serena, así que Bárbara
acepta sonriente y deciden comprar unas latitas en un kiosco de
por ahí y
bajar a la arena. Por supuesto, más de una persona tuvo la misma
idea. Decenas de personas estaban en esa playa en ese mismo momento.
Como
un llamado casi universal, suena una guitarra a lo lejos. Los jóvenes
aman la música, al menos la mayoría, y como jóvenes Bárbara
y Sofía
irán a su encuentro. La guitarra es especial para millones, y
Bárbara
no será la
excepción,
pues ese sonido le recuerda a su padre cantando “Mi unicornio azul”
de
Silvio Rodríguez para
que ella pueda dormir tranquila
en
su cunita. Para su sorpresa, los turistas que tocaban la guitarra no
eran turistas comunes, sino un grupo de daneses que estaban allí
cantando algunas canciones en inglés.
Debió
ser su piel tan tostada por el sol del sur patagónico, o quién sabe
qué, lo que llevó los ojos azules
de
Andreas
a Bárbara.
Debió ser su piel tan blanca por el invierno dinamarqués, o quién
sabe qué, lo que hizo que los ojos grises
de Bárbara
solo
eligieran ver a Andreas.
Así, casi como una obviedad, como si no hubiera podido ser de otra
manera, ambos se miraron en un silencio profundo
y pícaro
con ojos que se tatuaban en la retina del otro mientras el resto
hablaba en una suerte de inglés improvisado.
Diez
años después, tus ojos se llenaron de palabras. Palabras que se
tatuaron en mi
corazón
tanto como tu piel.
Vista
así, no parece ser una noche muy especial, ¿no? Ja,ja. Aunque para
mí, lo fue. ¿Y el resto? El resto de la historia no sé si tiene
coincidencias fantásticas. Creo
que son
meras
decisiones. Algunas de ellas, las mejores que he tomado.
Hoy
sigo prendida de tus ojos tanto o más que aquella vez. Pero no son
ellos los que me enamoran diez años después. Es tu ligereza, es tu
sonrisa y tu juego, es tu cuerpo de sal, es tu melodía la que lleva
mi mente de paseo por infinitos lugares al mismo tiempo, es tu beso y
tu palabra; senderos que recorro fascinada, curiosa, alegre. Como si
cada uno de ellos desde su singularidad me llevara a mi hogar, como
intenté decirte en aquella escalera de Århus,
mientras
nos protegíamos de la poco hospitalaria lluvia danesa.
A
pesar del tiempo que pasó, y aunque me cueste creerlo, seguís
colándote de vez en cuando en mis sueños, entrando por una pequeña
y risueña hendija de luz. Te extraño mucho, tanto. Pienso en vos,
en cómo estarás, en cómo seguirá la relación con tu madre, en
cómo seguirá la salud de tu padre. Qué se yo, pienso en vos. Y por
momentos te siento tan cerca. No puedo explicarte lo que deseé
entender lo que me dijiste en aquel canal; algún día no muy lejano
seguro lo haré. Por ahora y desde aquí, mi corazón te escucha en
el idioma que le quieras hablar.
Sé
que probablemente nunca me anime a mandarte esta carta. Sé que ya
elegiste. "Ella
es
el
amor de mi vida", me dijiste. Pero, ¿qué puedo hacer? Sigo
agradeciendo
cada instante desde esa noche hasta hoy. Esta
bendición de dos caminos que se encuentran y que se siguen
encontrando, y la belleza de tu ser, cada día más hermoso.
Jeg
elsker dig, Andreas.
Te quiero y te querré siempre, no preguntes cuánto. Cuidate mucho.
Besos, a distintas latitudes y a través del tiempo.
Bárbara.
La
Plata, 12 de Febrero de 2016.
12/02/2016
Qué hermoso poder acompañar este feriado ventoso con tus textos. Qué lindo es leerte, Crystal.
ResponderEliminarHola Jorge. Gracias. Me alegra que te haya gustado. Que sigas disfrutando este feriado :)
EliminarSaludos.