Las flores de Rusia

Fuimos caminando a tu jardín sin tomarnos de la mano, pero eso era una cuestión de tiempo. Apenas alumbraban las pocas luces que habían allí. Apenas había paz en ese lugar. Estaba toda en tus pasos, claramente, pues mi corazón no podía con tanta novedad. Fuimos recorriendo cada placa blanca, leyendo cada país y su flor. Dijiste risueñamente que faltaba la de Rusia, y que seguramente eso se debía a que no era un país de paz. Reímos y yo te expliqué bromeando que faltaba simplemente debido a que no había flores ahí, porque hacía mucho mucho frío. 

—¡Sí hay flores en Rusia! —exclamaste, con tono de profesor casi indignado.
—¡No! ¡No hay! ¿No ves que hace demasiado frío? Por eso no hay —seguí diciendo mientras caminaba sin poder aguantarme la risa. 

Buscarlas en Internet no sirvió de mucho. Yo me divertía replicando que tranquilamente podía tratarse de fotos tomadas en cualquier lugar, y no me constaba su procedencia. No muy conforme con mis ridículas conclusiones, en casa de mi amiga intentaste mostrarme sin suerte algunas flores en panorámicas de Google Earth de los barrios de Moscú. Nada pudimos ver. No había flores, solo una extraña y simpática foto tuya adentro de un auto. 
Tal vez resignado a la mala suerte de no poder mostrármelas de ningún modo, decidiste contarme cómo eran mientras caminábamos una noche por Plaza Moreno. —Mira, son así, blancas —me dijiste con extrema ternura, señalando un gran arbusto florecido. Yo miré algo incrédula, no me parecía que ese joven arbustito pudiera soportar ni el frío ni el silencio rusos en mi mente. 

Venida del son cubano, me aventuré a conocerte. Fue imposible evitar la tensión, pues nada iba bien para la cruda exigencia de tu mirada, ni para tus escasas sonrisas y ni tus escasos cumplidos. Sin embargo, algo de tu transparencia me gustaba y me impulsaba con energía hacia adelante. Para mi sorpresa buscaste un primer beso. Para mi sorpresa llegó un primer abrazo después del sexo. Y te las fuiste arreglando luego para llenar mis horas de palabras, comidas y risas. Llegaste a la puerta de mis infiernos con el temple para enfrentar con dulzura lo que sea que saliera de allí. Para mi sorpresa tu presencia cada día en mi vida se hizo tan natural, tan fácil, tan simple como saber que nada es eterno. 
Te fuiste en un cuerpo enfermo, que necesitaba urgentemente dormir. Me quedé sin tu piel en un asiento frío antes de ir a marchar, por esa lucha que me llamaba. Me quedé sin saber si realmente te gustaba, si me habías conocido; sin saber qué pensabas de mí, sin saber por qué dormías a mi lado. Ya no importaba. Conforme pasaron los días, tratando de entender algo de lo ocurrido, te busqué, te busqué tanto. Busqué entre mis sábanas, busqué sonidos, busqué señales, busqué supersticiones, busqué sin saber qué buscaba. Algunos relatos cuentan que hay flores en Rusia, y que solo pueden regalarse en número impar. 

¿Será que el crudo invierno me sepultó el sol por tanto tiempo que esto de creer en flores se me volvió cosa de valientes o de locos? ¿O será que no voy a poder creer en ellas hasta que el tiempo de la primavera llegue a mi corazón? Y es que, como en un cuento de una noche de verano, apenas puedo creer que existas. Sí, igual que las flores de Rusia. 

04/04/2018

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