La minita


Salió del teatro aquella tarde convencida de que las personas no tienen su vida resuelta. Es más, sentenció para sus adentros, con caminar firme, “eso es rotundamente imposible”. Se puso las gafas para el sol, mientras inspiraba hondo. Recordó las bienintencionadas palabras de su compañera de trabajo, “ah, yo pensé que tenías novio, como te vi tan resuelta...”. Sonrió, “¿resuelta, yo? ¿novio, yo? ¿a cuántas luces está la gente realmente de conocerme? ¿a qué distancia incalculable de prejuicios está la palabra novio de resuelta?”. Recordó la escena del fin de semana en el bar. Un donjuán con novia que intentaba seducirla la escuchaba boquiabierto decir, “pero si te ama, quiere verte feliz. Y si estar con muchas mujeres te hace feliz, hay algo que me parece que no cierra en tu vínculo”. Y recordó al muchacho en toda su obediencia herida al sistema diciendo, “no lo puedo creer... Yo soy la minita”. Se detuvo en la plaza de siempre a respirar ese verde casi dominguero. Vibrante, como tanto le gusta. Volvió a prometerse, con total confianza, que ya jamás volvería a resignar su a veces agridulce soledad por algo que no la hiciera feliz. Cerró sus ojos, recordó cómo abundan personas que desearon que ella fuera custodia de la reputación requerida. "Qué ideas extrañas de amor. Como si una no tuviese suficiente ya con una vida en este mundo, que ni siquiera recuerda haber elegido".
Una bici voladora al ras le hizo abrir sus ojos verdes otra vez, y toda su piel estaba fresca y adrenalínica nuevamente. Siguió su sendero enumerando trampas, juegos psicológicos, artilugios de todo tipo, gualichos de toda dimensión, que usaron para que no se diera cuenta desde el primer día. Y sin embargo, tarde o temprano, las cáscaras se caen, los castillos de arena se derrumban, y solo queda desnudez, vergüenza y poder. "¡Qué va a estar resuelta la gente!¡Ja!". El mismo nudo de siempre le anudó la garganta mientras cruzaba la calle. Por suerte llevaba aquellas gafas. Por suerte el barrio que cree conocerla jamás sabrá que ella ya se dio cuenta. Ese cuerpo fue conquistado, aleccionado, colonizado, golpeado, utilizado. Pero con lo que no cuentan es que quienes empezaron odiándose de una forma irreconciliable, y torcieron lo que se suponía nunca cambiaría, ya conocen estos discurcitos de denigración y destrucción, pues viven tan adentro. Y uno a uno fueron batallados, y no pasan más que un par de horas en caerse los nuevos. Su paz y desenredo en su cuerpo ahora amado, ya es solo cuestión de tiempo. Miró a su alrededor, en su refugio fresquito. Volvió a sonreír. En su santuario, sonó un tema de Serrat. Era hora de tomar aquella cervecita importada que le regalaron la vieja y el viejo.

21-10-2018

Comentarios

  1. Respuestas
    1. ¡Hola! Me alegra que te haya gustado, Jorge. Muchas gracias por pasar. Saluditos.

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