Mi sorpresa naranja
Martín sacó su celular del bolsillo como pudo, pues los guantes siempre complican esas maniobras aparentemente sencillas para todas las personas. Tomó la foto fabulosa que tiempo después mostraría al resto del grupo. Algo de la belleza de ese lago, la fascinante bruma sobre el agua y los pequeños arbustos, ese ocaso poderoso y naranja, lo llenó de miedo. Miedo. Cerró los ojos y trató de identificar de dónde le vino semejante sensación. Esta fascinación por el paisaje le había despertado un mensaje de huida, y sin embargo sus pies, permanecían inmóviles, estaqueados en la orilla de aquel supuesto espejo de agua.
De repente, tuvo la imagen reveladora. Y la luz naranja volvió a invadir su mente. El recuerdo de aquella noche, la noche de la traición. Un fuego visceral repentino en el vientre le cortó la respiración como si algo lo ahorcara. Sí, se había traicionado y aún no se lo perdonaba. La muerte le rondaba las orejas cada vez que evocaba aquella noche. Ni siquiera le había quedado un cigarro en el bolsillo para secar con el humo las incipientes lágrimas.
De repente, tuvo la imagen reveladora. Y la luz naranja volvió a invadir su mente. El recuerdo de aquella noche, la noche de la traición. Un fuego visceral repentino en el vientre le cortó la respiración como si algo lo ahorcara. Sí, se había traicionado y aún no se lo perdonaba. La muerte le rondaba las orejas cada vez que evocaba aquella noche. Ni siquiera le había quedado un cigarro en el bolsillo para secar con el humo las incipientes lágrimas.
Apretó los labios, entrecerró sus ojos de duende, un poco por angustia venenosa, un poco por el sol en su último saludo. Cuando se animó a volver a cerrarlos, logró respirar. Profundo. Por fortuna, ese instante solo lo habitaron las melodías del lugar. Y se animó a pensar. Abrió sus ojos, una vez más. “Algunas personas podemos ser víctimas de nuestro propio asombro antes de ser víctimas de un atropello”, pensó. Recordó la novedad, la confusión, la sensación de búsqueda de señales que le corroboraran que lo increíble estaba ocurriendo. La escena real de un espectador, que se observa y permite ser convertido en mera utilería. Nunca había recordado aquella noche desde esa sensación a pesar de los muchos años que ya habían pasado. Maldita noche. Maldita. Pero siguió un poco más, una vez más. “Y por más que intentes anticiparte, estarás preparado para la defensa, pero será muy difícil que lo estés para esa sorpresa. La sorpresa de la presa paralizada, intrigada, morbosa, incrédula, atónita, esperando que un hilito de humanidad salve al verdugo. Un verdugo que cree que ama, que nos hace un bien. Y uno, en un arrebato negacionista imagina un perdón, imagina un amor”. Se supo un sobreviviente, una vez más. Prometió no olvidar sus deseos, una vez más. “Extraña vida ésta”, dijo, “en la que el horror nos sigue seduciendo en forma de lección de vida”.
25-11-2018
25-11-2018
Muy bello
ResponderEliminar¡Me alegra que te haya gustado! Muchas gracias =)
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