Espina especular
Foto: @molytaok |
Es
que se me metió toda tu gracia en la nariz. Como cuando la luz es
tan intensa que es indispensable estornudar. Como un anzuelo que me
sujeta. Y no te me vas. Cada vez que inspiro lo hago lentamente
mientras mis ojos se entrecierran. Cada vez que expiro entre azules,
se caen más mis hombros, y el cascabel de mi voz, aunque despierto,
prefiere callar. Y es que no te me vas.
La
guitarra que suena en mis auriculares después de mucho tiempo me
habla de un diseño, de un acuerdo previo entre almas, con este
tiempo y con este lugar del mundo. Todo mi cráneo parece pesar cada
vez más, toneladas, y no me queda otra que sostenerlo con mis puños.
Mis codos contra el escritorio, o la mesa, a veces, del lado derecho,
a veces, del revés.
Y es
que mi mente aprovecha cada oportunidad para recordar algo de vos. La
luz de alguna frase, alguna parte de tu cuerpo, el sonido de tu voz.
Tu cuerpo, tu contacto. El resto me lo imagino. Y aunque casi siempre
pienso que es una locura, por momentos digo: “¿y por qué no?”.
Mi corazón se vuelve a acelerar, mi cuerpo ondula entero y
estremecido, y en silencio, una vez más, te suspiro. Y es que ya no
quiero que te me vayas, ya no.
Este
estado de entre sueños lo conozco. Siempre parece diferente
aunque no lo es. Se disfrazan los sucesos, pero no son más que
ausencia. Voy al baño, lavo mi cara. Miro hacia el espejo. Él me
mira y me dice:
–
¿Qué esperabas? ¿Que te conociera y no pudiera con las ganas de
volver a verte? Si era obvio que nunca iba a fijarse en alguien como
vos. Así. Con esa piel, con esa altura, con ese talle. Por favor.
No alcanzarán los hoyuelos en tus mejillas para que quiera
esconderse ahí para escuchar tu patética y poco especial historia
de vida. A la gente no le gustan las personas dramáticas, quieren
cosas simples. Sin estigmas violentos y poco empáticos. Que se
ajusten a sus horarios y presupuestos. Les gustan las personas con
gracia, que les hagan las cosas fáciles, no alguien que insista en
caminar laberintos espinosos para ver si encuentra entre tantas
curvas una flor de liberación. Te verá con suerte como néctar, como
los pocos días que dura una mariposa en un jardín. Esbozará quizás
una sonrisa, por tu efímera danza entre las flores. Tu belleza se
apagará en unos pocos días, y solo quedarás como un feliz
recuerdo, del final del verano. De nada te valdrán tus cambios de
piel, pues ninguna le será tan deliciosa como su propia soledad. No
alcanzarán, como no alcanzará tampoco ninguna gran transformación. Ninguna gran transformación en la que pudieras haber perdido la
vida, sostenida de un único botón de seda, y por la que llegaste
hasta aquí. No alcanzará. Si hubieras valorado cada rayo de sol en
el pasado, esto no te sucedería. Y, además, no entiendo por qué seguís
insistiendo en vestir así. Jamás te quedó bien el blanco, con esas
caderas y menos cuando tu nariz empieza a sangrar para mancharlo como
ahora. ¿No lo habías notado? La alegría se va, niña. Por fin. Se
te va. Vas despertando en su silencio atroz. Su silencio que te
grita, siempre el mismo infinito silencio de las rocas. Ya ves que no
es diferente. La alegría se va yendo, y en tu garganta otra vez se
esconden las palabras de amor que jamás podrás decir. Y en tus
brazos se queda el calor que no supiste dar, y que por lo visto ya no
aprenderás a darlo, por egoísta.
Interrumpo
exclamando: “¡Basta! ¡Que la que hoy sangra soy yo!”. Busco
papel para contenerme. Cierro mis ojos, pues ya no quiero escuchar.
Respiro por la boca como puedo y con gusto a sangre no tardo en responder:
– ¿Qué decís? ¡Que este blanco algodón me queda cada día más hermoso, mentiroso!–
abro mis ojos y escupo– . Moriré, claro, sí, pero aunque algunas mariposas
viven algunos días, las mariposas monarcas viven meses y meses, y meses. Y es
que si nací en la generación correcta, habré cruzado fronteras, y
enfrentado ventoleras. Algún granizo, algún chaparrón. Habré recorrido más países de los que vos
alguna vez hayas podido imaginar, maleducado. Que en las rutas de mis
ancestros encuentro todo el amor que necesito para el viaje. Que la que se va de aquí volando soy yo. A otra cosa, mariposa, que me urge el
movimiento y el irremediable arrojo. Que a mi corazón solo lo podrán amar en
vuelo, porque no esperaré demasiado. Ya habrá tiempo de hibernar. Y
las palabras que no le dije, se las cantaré al viento, para que lo
guíe hasta mí. Que sus alas vi, y está en él saber qué dirección tomar.
Hoy
vestiré de blanco y negro por
la noche. Es como quiero
vestir hoy, niña. Que el abrigo y el roce
de mi campera de jean, me quedarán
espectacularmente bien. Abrazará
mis alas de monarca, con
la dulzura de mi comodidad casual. Llevaré las flores en mi cuello,
y los brillos
en mi pelo. Me llevaré el rojo sangre en los labios como
corona, por lo bien que me queda, y por mi poco miedo a las espinas.
Que ya me acompañará quien entienda mi veneno como un simple helado
de limón, quien vislumbre que las caricias que quiero se comparan
con las obscenas cantidades de café que se dejan ir en mi taza de
Jack Skellington y quien acepte que en el fondo, muy en el fondo de
mi bolsillo habrá, quizá, poco más que un Bubbaloo de tutti frutti.
05-04-2019
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